Llegar a las Pampas del Yacuma fue una casualidad del destino y resultó ser un “must” en el checklist si estás por el amazonas boliviano. Había oído hablar del Parque Madidi en Rurrenabaque, pero nunca de esta joya escondida en lo más profundo de la localidad de Santa Rosa del Yacuma, municipio ubicado a unas 8 horas de Riberalta (con los caminos de acá, todo es relativo en cuánto a las distancias).

Esta área protegida municipal fue creada en 2007 y se extiende por un poco más de 616 mil hectáreas, inmensa sabana boliviana con una gran biodiversidad de especies que viven en su hábitat natural, desconociendo afortunadamente el cautiverio.

La entrada a este parque tiene un costo de 150 Bs para extranjeros y 50 Bs para nacionales. Nuestro tour en tanto, tuvo un costo de 700 Bs, pero incluía tres días y dos noches con desayuno, almuerzo y cena buffet, además de un simpático guía local para cumplir nuestros itinerarios llamado Bismarc.

Para poder llegar a nuestras cabañas al interior de las Pampas navegamos durante tres horas por el río Yacuma a bordo de un bote de madera llamado “Cobra V” con ocho asientos. Con el sol de frente golpeando nuestros rostros, nos sorprendíamos con cada caimán que veíamos a metros de nosotros. Junto a ellos, familias de capibaras, tortugas y decenas de especies de aves adornaban el paisaje, una perfecta armonía de la vida salvaje.

Dentro de las cosas más “wild” que vivimos en este safari boliviano, fue buscar la anaconda. Aunque no tuvimos suerte, caminamos durante unas cuatro horas usando botas de gomas por planicies pantanosas en donde no sabías realmente si estábamos pisando una rama, una piedra o el cuerpo de una enorme serpiente. Sin duda fue uno de los trekking con más adrenalina que hemos hecho.

También sentimos un nudo en el estómago cuando nos lanzamos al río para nadar con los delfines rosados. Según nuestro guía, ellos protegen su territorio y eso espanta a las serpientes, pirañas y caimanes del lugar. Pero estoy segura que a pesar de disfrutar esta hermosa experiencia, ninguno de nosotros dejó de mirar al caimán que nos acechaba a sólo metros de donde estábamos nadando. Y probablemente todos caímos en la paranoia cuando algo rozaba nuestras piernas aunque sólo fuese un trozo de madera.

Las pirañas también son otro cuento. Todo el tiempo recordaba la película “Piraña” que veía en la televisión cuando era niña, en donde la ficción las retrata como asesinas innatas que en un par de segundos no dejan nada de tu existencia.

En el río amazónico existen varios tipos de pirañas, pero las más peligrosas son las negras y las rojas. Bismarc nos advirtió que si pescábamos alguna, debíamos avisarle por precaución pues con un descuido podíamos terminar con una “pieza menos”.

Nuestra increíble aventura terminó con un rico almuerzo de pirañas fritas en la cabaña. Y a pesar que no tienen mucha carne para deleitarnos, lo que sí seguía intacto en nuestros platos eran sus filosos dientes. Ahí fue cuando pensé, “con razón estos peces tienen tan mala reputación en el cine”.

Fernanda Carrera Pérez